Un joven abraza su carrera con amor,
se reviste de honor
y se somete a una disciplina
que se le nota hasta cuando camina.
Transcurren los años y un buen día,
pase de ser un hijo predilecto
a un padre predilecto, que debe
de enseñar con el ejemplo,
lo aprendido.
Y se estrena como padre,
pero su profesión le exige muchas
renuncias y empiezan ha haber
ausencias... Ausencias que duelen,
ausencias que marcan y todo eso porque,
en su pecho palpita un ideal.
Un ideal supremo, que se llama patria
y lucha porque esa patria que también
es la de sus retoños, sea una tierra
de libertad y dignidad.
Sus hijos quizás no lo comprendan,
hasta que llegue ese día, en que se
pongan las botas de su propio afán,
el uniforme de sus ideales, el birrete
de la disciplina y aprendan y comprendan
que todo bien, lleva implícito un sacrificio.
Por eso un militar nunca deja de serlo,
porque sus hijos nunca dejarán de verlo,
como ese hombre que antepuso sus propios
sueños por otro que es un bien mayor.
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