lunes, 9 de mayo de 2011

“¡A Tierra…Firmes!”


“¡A Tierra…Firmes!”
(A Sudar el Uniforme)


Sin insignias, birrete y charreteras, a los de nuevo ingreso les decían  ¡Grama…Aun no han sudado, el uniforme! , no se lo han ganado,  así que, flanco derecho, pasó ligero, marchen y así en el recreo, a la hora del almuerzo y principalmente durante las primeras horas de la tarde luego de acabadas las clases académicas, se les veía correr a los aspirantes, a lo largo y ancho de los dos patios principales del instituto y cuando paraban era, solo para escuchar, esas palabras con las que algunos incluso en sueños, llegaban a escuchar, ¡A tierra…Firmes!


Las exigencias académicas y físicas, además de la instrucción militar aumentaban  día a día, por lo que para algunos resultaba insoportable y como se decía en el argot militar: Pedían su baja, es decir se retiraban del instituto y se iban a estudiar a otro establecimiento, entre compañeros nadie los criticaba, pues cada uno enfrentaba su propio reto, pero aquello de alguna forma mermaba la moral de los aspirantes. Los píricos, las dominadas, los saltos de paracaidista, los a tierra-firmes, así como  el paso ligero (correr) pasaron a ser parte de la rutina diaria de los reclutas, que poco a poco se iban familiarizando con las costumbres y argot militar.


Todos los días a primera hora durante, la primera formación en el patio principal del instituto, se pasaba revista de la presentación  e higiene tanto de los aspirantes, como del resto del batallón de caballeros alumnos.  Se supervisaba que las botas estuvieran bien lustradas en su totalidad, que el uniforme estuviera enyuquillado  y perfectamente planchado, que la hebilla del cinturón estuviera pulida, manos, uñas y dientes limpios, en fin que se hubiera realizado la higiene personal, a los que no cumplían se les reportaba, con lo cual se hacían acreedores a horas de arresto, dependiendo de la o las faltas en la revista. Luego de esto se hacia el conteo, para ver las ausencias y los que llegaban tarde, sin importar el motivo eran separados del resto con el respectivo reporte.  Luego  manteniendo la formación y marchando se enviaba al batallón a sus aulas.


Para un nuevo (un aspirante) eran las mejores horas, pues aun que a los catedráticos, se les daba el grado asimilado de capitán, en realidad eran maestros civiles, cuyo  enfoque principal era la formación académica y cultural de sus alumnos, aun que no faltaban los que se tomaban el grado militar en serio.  En cuanto a los catedráticos había para todos los gustos, jóvenes, ya mayores, ex alumnos del  instituto (graduados de maestros en la universidad) y hasta un gringo Mr. Lukens.  Dentro de las aulas también había encargados, que aun que no tenían un grado, pues eran compañeros de clase, eran los que tomaban los reportes dados por los galonistas y catedráticos, durante los primeros meses usualmente, en el caso de los aspirantes, era un repitente, es decir uno de la promoción entrante del año  anterior que se había quedado repitiendo  el primer grado.  Aquí cabe destacar que las exigencias académicas establecerían  que el máximo de cursos que un alumno puede  no aprobar a fin del ciclo escolar  sin causar baja es de tres cursos y solo hay una oportunidad de retomar el examen y de no aprobarse la única posibilidad de continuar en el instituto es repitiendo y aun que pareciera inverosímil hay alumnos que repitieron por cursos como educación musical, artes plásticas pues en el instituto todas las clases tiene el mismo  peso, incluso las clases de instrucción militar así como las clases deportivas.


Lo peor que podía pasar durante los horas de clases, para los aspirantes, era que un catedrático se ausentara, pues cuando esto ocurría los más antiguos lo aprovechaban  para fastidiarle la vida a los nuevos o bien llegaba el galonista encargo y los sacaba a correr o el período de clase se convertía en el famoso baño turco, que consistía, en cerrar tantos las puertas como las ventanas del aula y poner a los aspirantes a ejercitarse (hacer castigo) hasta que los vidrios de las ventana se empañaran como si estuvieran sudando, debido al calor generado.  Durante el recreo los más antiguos lo aprovechaban, para comprar alguna golosina en la tienda, platicar en fin, pero para los aspirantes era otra historia, pues se les ponía a correr o a ejercitarse.


A la hora del almuerzo, muchas veces apenas les daba tiempo a los aspirantes de meterse un bocado a la boca, pues se les llamaba a formación y se les ponía a correr.  Durante las primeras horas de la tarde, se recibían las llamadas clases militares, las cuales eran impartidas por un oficial instructor, en este caso era el subteniente Leche Marroquín y el teniendo Silva Cáceres,  ambos eran buena gente pero eso si estrictos.  Luego de las clases militares seguían las clases deportivas, que para los nuevos era hacer chispe (actividad física como correr y los famosos atierra-firmes).  Ya para esta hora aquellos aspirantes aun niños daban muestras de cansancio tanto físico, como mental.  Luego  de las clases físicas, se realizaban las prácticas para el aniversario del instituto, que consistían en marchas.


Y así todos los días, se sudaba el uniforme, aquí no valían las recomendaciones, ni quienes fueran los progenitores del aspirante, ni con quien estuviera emparentado, como se decía: Reclutas aquí su mejor recomendación son ustedes mismos… A demás sin  importar donde se vivía o las posibilidades económicas, todos eran iguales y la única forma de destacar era por esfuerzo propio.  Todo aquello hacia que creciera en los aspirantes una especie de camarería, de hermandad, donde  se unían las voluntades para un mismo fin.  También era una forma de ir formando el carácter  del aspirante, enseñándole a trabajar en equipo, a no darse por vencido ante los obstáculos y limitaciones o como se decía “Mantener siempre la moral en alto”
Oxwell L’bu
Foto: Juan Solorzano Gracia

1 comentario: