Esas cosas que aprendí en el Hall
A la disciplina, casi nadie la quiere abrazar, pero es el tiempo, quien nos suele enseñar, que sin disciplina, entrega y constancia nada se puede lograr.
Recluta aquí, la mejor carta de recomendación es usted mismo...Con esa aseveración iniciamos, nuestra formación cívico militar en aquel lugar.
Yo no sé, si lo que en el Hall a temprana edad aprendí, no por repetición, sino por experiencia, lo habría aprendido en otro establecimiento, diferente al templo del honor y la ciencia.
Todos nos regiamos por el mismo reglamento, sin importar el rango o el estrato social.Todos iniciamos de verde, pura grama, sin distintivos, ni insignias, porque para portarlas había que sudarlas y ganarlas.
En el Hall nunca hubo conserje alguno, nosotros limpiábamos las aulas, encerábamos los pisos y manteníamos los servicios sanitarios impecables. Nosotros éramos quienes al finalizar el ciclo lectivo, pintábamos el aulay los escritorios y reparábamos las cosas cuando se dañaban y fue esto lo que hizo crecer en nosotros ese sentido de responsabilidad y pertenencia.
Lo que en otros establecimientos eran faltas sin trascendencia, en el Hall tenían su consecuencia, estuviéramos o no con uniforme.La presentación personal era todo un ritual, uniforme enyuquillado y bien planchando, botas relucientes, hebilla e insignias bien pulidas y brillantes, dos pañuelos impecables uno para uso personal y el otro para la dama...Cabello bien recortado, uñass bien recortadas y limpias todo eso como parte de la mística hallista.
Pero más allá de eso, el código de conducta, era sinónimo de esa gallardía y caballerosidad. La dama siempre va al rincón, siempre se sede el lugar a las damas y ancianos en el autobús, no se tira basura, es más era prohibido mascar chicle o comer golosinas en uniforme.
Y en las fiestas, las invitadas por excelencia eran las damas, durante la primera hora todos debíamos de bailar primero con las señoras madres y con las damas mayores, pues ellas no iban a mirar, a ellas se le debía honrar y festejar.
No eran normas legalistas, eran más bien una forma de aprender como tratar a una mujer y ser Cortez, era respetar a la autoridad sin ser serviles, era dar testimonio de lo aprendido dentro y fuera del aula. Habrán excepciones, pero en su mayoría, yo diría , que el instituto formó ha hombres de bien que aman con sus acciones a Guatemala.
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