“A Escuadra”
(Relato de esos Viajes en el Bus del Hall)
En aquel recorrido, que en nada se parecía a un paseo dominical, pero en el cual se podía aprender desde tácticas para evadirse, como conquistar a la chiquilla de tus sueños, como lograr el mejor lustre de las botas, hasta como amar a una mujer…
El bus del Hall, pasaba muy de madrugada, justo antes de que el sol se levantara, antes de que el gallo cantara o que la mayoría de gente interrumpiera sus sueños para despertar. Entre la penumbra de las calles, apenas iluminadas por la luz de los postes, se veía a los caballeros alumnos, formados en plena acera, con el uniforma perfectamente planchado y enyuquillado, las botas relucientes y los botones y hebilla resplandeciendo en la obscuridad, así como a uno que otro demente que pensaba, que estaba en el cuartel y no en un plantel educativo. En medio de aquellas calles vacías de repente se veían las luces de aquel bus amarillo, el cual de forma presurosa abordaban, primero los más antiguos, luego los nuevos. Una vez en el bus, los más antiguos, así como los galonistas se sentaban en el lugar de costumbre, los nuevos donde se podía, pero a escuadra, lo cual implicaba sentarse sin tocar el respaldo a solo tres dedos de la orilla del asiento, sacando el pecho y de forma erguida. Pero la mayoría de veces viajaban el recorrido en culiche o debajo de los asientos. Viajar en el bus, era toda una odisea, donde las bromas, mescladas con los que “aplicaban antigüedad” no faltaban. No faltaban aquellos a los que les gustaba desde buena mañana hostigar, pero los había también aquellos de buen humor y de ocurrencias sin fin. De la misma forma estaban aquellos que con sus historias impregnadas de realidades, mescladas con ficción, hablaban de las cosas del corazón y de esas pasiones, que alteraban las hormonas de aquellos que aun siendo niños, en el cuerpo les despertaban grandes batallas, ya que el tema recurrente por excelencia era sobre las mujeres. Las exageraciones nunca faltaban, ni quien fabricara historias que ni él se creía, pero en la mente todo aquello quedaba revoloteando.
Ya que era allí, donde los nuevos (aun niños) escuchaban por primera vez sobre temas, que muchas veces se tocaban como tabús o simplemente no se hablaban, aprendieron del amor y sus penas cuando alguien hablaba de sus decepciones, así como también esas historias cargadas de exageraciones emotivas y de las experiencias vividas en esas “Casitas de los Sueños” de la luz roja, donde lo mismo pagaba por un momento de placer, un recluta, un sargento o un coronel porque allí no era un cuartel.
No faltaban también los bromistas, que caían como paracaidistas con alguna ocurrencia que provocaba carcajadas de a montón o el bohemio y enamorado que ponía a cantar en coro a los nuevos, alguna canción, que le llegaba al corazón. Muchas de aquellas conversaciones de los más antiguos (y por consiguiente con más edad) los nuevos muchas veces no las entendían del todo, pero llegaría el día en que todo aquel caudal, encontraría su cauce. Aun que todo aquello, hoy no sean más que recuerdos de una época que no volverá, todos eso constituyen parte de ese tesoro, que todos guardan en el baúl de los recuerdos.
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Imagen: Hugo Letona